El clavo
Se jugaba en invierno en un trozo de terreno arcilloso, húmedo y
sin piedras. Con la punta del clavo se dibujaba en el suelo un
cuadro dividido en nueve partes, nombradas del uno al nueve. Cada
jugador tenía que ir clavando el hierro dentro de cada cuadro
pasando por él y sin pisar la raya. El siguiente jugador tendría
que continuar clavando el hierro en los cuadros que no estuvieran
tachados y sin poder pisar aquellos que no
fueran propios. Así se continuaba el juego hasta que ganara el que
más cuadros tachados consiguiese.